Durante este verano, la península ha registrado numerosas olas de calor y el aumento indiscriminado de temperaturas en diversas zonas. Esta situación, si bien es frecuente en esta estación del año, cada vez deja efectos secundarios más devastadores, que cobran fuerza con el aumento de la temperatura de la tierra.
La sequía y la aparición de numerosas plagas en los bosques están cobrando peso como un fenómeno conjunto. El resultado es la rápida degradación de la forestación presente en las zonas más afectadas por el calor, y la desaparición de árboles y cultivos se está haciendo notar.
Tanto el aumento de plagas como los efectos de la sequía se producen por el aumento de temperaturas en la tierra; la ausencia de agua que provoca el calor impide que árboles y plantas puedan nutrirse y realizar correctamente la fotosíntesis, produciendo el desgaste y la muerte de varias especies. Por otro lado, las plagas multiplican su reproducción con el aumento del calor; cuanto mayor sean las temperaturas, mayor será el número de insectos que nacerán y comenzarán a buscar su propio alimento para poder sobrevivir.
El resultado es que, mientras el calor daña de manera significativamente diversidad de ejemplares de árboles y plantas, las plagas se alimentarán de estas y terminarán por exterminar campos y cosechas enteras. La sequía provoca el 50% del deterioro, mientras las plagas el 25%.
El cambio climático radica en la alteración de los organismos ante el aumento de temperaturas, produciendo un fenómeno mucho más complejo de prevenir de lo que pensamos. Más allá del desgaste de los polos o el daño a la capa de ozono, el calor puede, como es el caso, estimular la reproducción de nuestras plagas y afectar nuestros ecosistemas ante la necesidad de alimentarse.
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